Fantástica nota sobre el Concierto de Litto Nebbia del lunes 14 de Diciembre en el Teatro Colón, escrita por Héctor M. Guyot.
En mi adolescencia, cuando iba a casa de mis amigos, me gustaba hurgar entre los discos de sus hermanos mayores. Así, por ejemplo, di con uno de tapa verde de un grupo del que me haría fanático: Close to the Edge, de Yes. Y así descubrí, también, otro que me haría valorar el buen rock que se hacía aquí nomás: Fuera del cielo, de Litto Nebbia, en el que el rosarino sumaba colores de jazz a su paleta con la ayuda de Néstor Astarita y Jorge González. Allí había un tema, «Negocio celestial», que aludía a la traición de Judas y decía: «El cuento es nuestro y comenzó/ con un negocio celestial/ treinta monedas en sociedad».
Me acordé de esto al salir del concierto con el que Nebbia celebró, el lunes en el Teatro Colón, 50 años de escribir canciones. Pronto descubrí la razón: Litto se me aparecía como el ejemplo perfecto del artista que, resistiendo el canto de sirena de los mercaderes, no traiciona su arte. En un mundo que acepta cualquier concesión en nombre del marketing, Nebbia se mantuvo fiel al voto con el que desde chico se abrazó a la música. Hoy, unas 1200 canciones después, la coherencia de su obra y de su trayectoria provoca admiración. Al menos yo admiro a aquellas personas en las que pensamiento y acto van juntos, sin dejar resquicio para las pequeñas hipocresías de siempre o para los renuncios que imponen el mercado, la industria o cualquier otra de las excusas con que justificamos nuestra debilidad cuando falla la convicción.
Nebbia encarna esta coherencia no como si fuera una medalla, sino como si se tratara de una consecuencia natural de su carácter o un atributo de su personalidad. Tal vez algo de eso haya, porque en la vida de este incansable songwriter los planetas parecen haberse alineado desde sus primeros años. Hijo de una concertista de piano y un cantante de boleros que escaparon de sus respectivas casas para casarse y hacer música, empezó a cantar desde chico y forjó su educación sentimental en la bohemia rosarina de fines de los 50 y principios de los 60 en la que vivían sus padres. Con ese bagaje, y siendo todavía un adolescente, compuso las primeras canciones del rock nacional, del que sería pionero. A partir de allí, a lo largo de las décadas, y en medio de cambios y transformaciones, se mantuvo fiel a ese espíritu.
Puede gustarte o no, pero Nebbia es único. No se parece a nadie. Suena como quiere o, sencillamente, como es. Como la de todo artista verdadero, su obra es original y delimita o funda un mundo. En ese mundo se encuentran los Beatles, Jobim, el tango, el bolero, el folklore, el jazz y toda la buena música que suene por ahí y resuene en su alma bohemia. En muchos de sus temas tempranos, Lennon y McCartney toman mate.
Los que el lunes fuimos al Colón pudimos disfrutar de muchas de las joyas que pueblan ese mundo y confirmar la coherencia de un artista que lo apuesta todo a la próxima canción. Con Nebbia no hay impostaciones, ni poses, ni máscaras. Tampoco hay show. Lo que hay son sus canciones. Junto con sus músicos, un puñado de talentosos amigos, transformó el escenario del Colón en un espacio íntimo en el que fue desgranando una muy buena selección de sus mejores temas. Que Nebbia pueda cantar «El rey lloró», «Rosemary» o «Madre escúchame» como si los hubiera compuesto ayer habla de la integridad y la nobleza que recorren su obra.
Para mí, Nebbia es una suerte de Jobim del rock argentino. Por su perseverancia de songwriter, por la forma en que integra distintos géneros musicales, por la identidad armónica de sus composiciones, por su conciencia artística, por entender la música como lugar de amistad y encuentro. Hubo dos guiños al maestro carioca. En «El bohemio», a la hora de hacer su clásico scat, Nebbia citó la melodía de «Wave». Después, en el comienzo de «La balsa» tarareó las primeras estrofas de «Garota de Ipanema», en cuya armonía se inspiró para componer, en 1966, aquella canción fundacional.
Para escribir este manuscrito pongo un viejo disco de Nebbia. De pronto, mientras escribo, escucho al pasar parte de una letra que llama mi atención: «El mundo se alejó de nuestros sueños», canta Litto. Es posible, pienso. Sin embargo, lo que importa es mantenerse fiel al sueño propio. No alejarse de él. Por eso Nebbia, como hizo siempre, se sienta por las mañanas ante su piano. En algún momento, si se mantiene allí, bajará una nueva canción. Y no habrá moneda que pueda pagarla.
Fuente: La Nación